VINOS
y VAMPIROS
fotos de Tomas Pintos,
con dirección de Sofia Alazraki
para El miedo devora el alma.
El hartazgo de meses grises (o si hay suerte blancos) no me aqueja tan tremendo como creí. Sin embargo unos días de natura, vitamina D y temperatura amable fueron propuesta que no rechacé.
Pasear por las costas del Alborán, más por la montaña que por el mar, fue una inyección de paz y descubrimientos. Enfrentarse con Oran y Argel y palpar el sesgo africano en su continente vecino merecen diarios de aventuras y exotismo de los que aún no escribí.
Sin embargo y sin saberlo, elegí plasmar un descubrimiento inesperado que me llevó al encuentro con mucho.
Sucedió en San Felipe Neri, un pueblito de cuatrocientos habitantes rodeado de palmeras, montañas, campos y playa constituido por unas pocas calles de piedra y tierra que encierran casi nada.
Es en esa superficie mínima yace Casa Harry, una casa de comidas familiar con añeja biografía, carnes exóticas y tres pisos repartidos entre el salón comedor, su histórica vivienda y un subterráneo secreto que casualmente encontré: una cava de ladrillos que esconden relatos, oscuridad interrumpida por unas pocas velas, telarañas que fascinan y una colección de cientos de botellas inimaginables, desde 1930 a hoy y recorriendo el mundo entero.
Mi historial de bodegas en pueblo recónditos, viñedos y cavas privadas no competía con esa magia de aquel coleccionista, sus historias, la dedicación de su mujer, la alegría de su familia, el misterio del sitio, lo oculto.
El deslumbramiento me llevó a conversar con el mismo Harry, quien me sumergió en sus peripecias vinícolas y sugirió recomendaciones dentro del difícil paraíso.
Elegí dos: un blanco seco (Ossian Capitel Magnum 2016) que guardé para tomar muy frío y tinto de cuerpo medio (Vietti Barolo Lazzarito 2015) que probaría luego en Casa Harry con queso manchego y alguna especialidad (pesquetariana para mí).
Después de horas de vino con piano de fondo y perdurables conversaciones, me sumergí en holgados sueños. Apenas desperté me encontré, casualmente o no, con dichos de Dalí:
Quien sabe degustar no bebe jamás el vino, sino que degusta secretos.
El contenido de la bebida, más allá de su composición genérica y específica, supone un eslabón perdido que quiero encontrar. Degustación, pesquisa y enlace de mi monólogo interno con externos serían mis técnicas.
El estado de transformación que provoca este amuleto atemporal permite percibirlo como unión entre lo sagrado y lo mundano.
Desde el Génesis al Apocalipsis y en la historia profana, encontramos infinitas alusiones a su función y efecto. Pasolini, Eric Clapton, Buñuel, Touffaut, Hitchcock, Chaplin, los Stones, La Biblia y la humanidad entera se refirieron al vino desde que el mundo existe.
Bendito o prohibido, usado como elemento de sacrificio o de gozo pero nunca indiferente.
Li Po, poeta chino conocido como “el poeta inmortal” es tan sólo una evidencia que se refirió al vino alrededor del 700 en su poema “Mientras bebo a la luz de la luna” y lo subsiguieron infinitos autores que exploraron y expusieron sus relaciones desiguales con la sustancia.
BLOOD RED WINE
La asociación del vino con la sangre es fácil de entender por la similitud física. Es posible que de ahí venga la cuestión religiosa del sacrificio del salvador que entrega su body & soul para la transformación y evolución de la raza.
Barthes explicó en París, en 1957 que bajo su forma roja, el vino tiene como hipóstasis muy antigua a la sangre, al líquido denso y vital. Que es ante todo una sustancia de conversión, capaz de cambiar las situaciones y los estados y que de allí proviene su vieja herencia alquímica, su poder filosófico de transmutar.
De ahí la conexión con el vampiro, criatura de la oscuridad que vuelve de la muerte para alimentarse del elixir de la vida, que es la sangre y que es el vino.
Por su parte los poetas malditos, espíritus sedientos de sangre considerados vampiros modernos y precursores del séquito Drac, encuentran en este brebaje -entre otros estímulos- el canal expresivo para indagar el caos, la provocación, la desobediencia, la oscuridad y la locura.
El vampirismo bordeaux los conecta con aquella supra-realidad que deviene inalcanzable.
Baudelaire busca descontrolarse a través del vino. Es su momento especial, su ritual. Su deseo de emborracharse es algo religioso, desde donde persigue una especie de consagración en la que su yo poeta se glorifica. Ante el sufrimiento, toma; se entrega a la bebida. Todo se vuelve irreal, se conduce a soñar sin pensar en nada más:
Huiremos sin descanso
Al paraíso de mis sueños.
Este limbo de sueños que menciona Charles Pierre (casi siempre olvidados, supongo) me devolvió a aquella mañana de sol débil en el ático de ese mágico pueblo. Me llevó de vuelta a la búsqueda de esa pieza perdida entre el producto, el alma y el símbolo.
Después de semanas de degustar, dialogar e inquirir en la cuestión elegí rendirme y si bien pude diagramar lazos perfectos entre escrituras sagradas, civilizaciones random, los vampiros, el punk y la ley, no alcancé ninguna conclusión digna de ser teorizada. Me gusta que así sea; amén.
Que la búsqueda sea eterna, que probar sea fin más que medio, que el proceso sea disfrute. Que las dudas estén. Que algo se persiga por siempre.